Homilía en la celebración de la Pasión del Señor, del añor 2021. «Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes» (Is 53, 6). Ayer decíamos que el Amor se entrega; hoy, contemplamos al Amor que sufre, al amor que ama.
El Triduo Pascual comprende tres celebraciones de un misterio inseparable. Dios ha querido acercarse al hombre para salvar la distancia y romper con el pecado. Y lo ha hecho en un camino de sufrimiento que habla de un amor grande.
El pecado de Judas no es solo la avaricia, aquellas 30 monedas o todo lo que roba previamente a ese instante. El pecado de Judas está en el no corresponder a un amor, en destrozar el corazón de quien lo ama. Jesús, mirando a Judas a los ojos en el huerto de los olivos, en medio de aquella oscuridad. El discípulo acude de noche, para que nadie lo vea, acompañado por otros que lo respaldan. El pecado siempre provoca en nosotros aislarse de los demás y refugiarse en quien alimenta nuestras ganas de venganza, nuestra sed de buscar justicia por nuestra cuenta.
Entonces, se acerca al Maestro y lo besa. Un gesto que no solo significaba saludo, sino cariño, amistad. Y Jesús lo trata de la misma manera que siempre lo ha hecho, llamándolo “amigo” (cf. Mt 26, 50). Aquel beso rompía la alianza que se inició cuando Jesús lo llamó y lo invitó a seguirlo. La mirada de Cristo era ahora la misma mirada de compasión y de ternura que en aquel momento el apóstol había vivido.
El pecado también provoca en nosotros la pérdida de memoria. Dejamos atrás nuestra propia historia, nos hemos olvidado de qué o de quién nos ha traído hasta aquí para girar sobre nuestros pies y emprender un camino diferente. Romper la alianza con Dios conlleva un negar nuestra historia, nuestro ser, para reivindicar que en nuestro corazón el Señor no tiene cabida.
Aislarse, esconderse y vivir sin memoria del pasado son tres de las acciones que vemos en Judas y en cada uno de nosotros al pecar. ¿Qué amigo podría soportar semejante humillación y dolor? ¿Qué persona que nos ame podría decir, a pesar de todo, que su amor sigue siendo infinitamente grande? Aquel que nos ha mirado con amor desde el primer instante de nuestra vida es el mismo que sufre cuando no correspondemos ni anhelamos responderle con amor.
El Amor que nos hace libres es el mismo que ha querido cargar sobre sí todos nuestros pecados, liberándonos de las ataduras, haciéndonos capaces de corresponder y recordándonos que nunca hemos dejado de ser queridos y valorados por quienes somos.
«Nuestro Dios es un Dios que salva» (Sal 68, 21). Amén.
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