Así comienza el libro del Génesis, el primero de la Biblia y de un conjunto de cinco libros llamado “Pentateuco”. Y también encontramos esta expresión en Mt 19, 3, cuando en el diálogo de Jesús con los fariseos acerca del divorcio, el Señor les responde: “Por la dureza de vuestro corazón permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así”. «Principio significa aquello de lo que habla el libro del Génesis. (…) Las palabras de Jesucristo confirman la eterna ley formulada e instituida por Dios desde el principio como creación del hombre» (Audiencia general, 5-IX-1979).
No en vano algunos autores como J. R. R. Tolkien con su obra El Silmarillion o C. S. Lewis en la primera de las novelas de las Crónicas de Narnia, que lleva por título El sobrino del mago, han querido narrar el momento de la Creación de un modo poético o alegórico.
«Entonces las voces de los Ainur, como de arpas y laúdes, pífanos y trompetas, violas y órganos, y como de coros incontables que cantan con palabras, empezaron a convertir el tema de Ilúvatar en una gran música; y un sonido se elevó de innumerables melodías alternadas, entretejidas en una armonía que iba más allá del oído hasta las profundidades y las alturas, rebosando los espacios de la morada de Ilúvatar; y al fin la música y el eco de la música desbordaron volcándose en el Vacío, y ya no hubo vacío. Nunca desde entonces hicieron los Ainur una música como ésta aunque se ha dicho que los coros de los Ainur y los Hijos de Ilúvatar harán ante él una música todavía más grande, después del fin de los días. Entonces los temas de Ilúvatar se tocarán correctamente y tendrán ser en el momento en que aparezcan, pues todos entenderán entonces plenamente la intención del Único para cada una de las partes, y conocerán la comprensión de los demás, e Ilúvatar pondrá en los pensamientos de ellos el fuego secreto.» (“Ainulindalë”, El Silmarillion)
«En ese momento ocurrieron dos prodigios al mismo tiempo. Uno fue que a la voz se le unieron de repente otras voces; tantas que era imposible contarlas. Estaban en armonía con ella, pero situadas en un punto mucho más alto de la escala: voces frías, tintineantes y brillantes. El segundo prodigio fue que la oscuridad sobre sus cabezas se llenó, de improviso, de fulgurantes estrellas. Éstas no surgieron suavemente de una en una, como sucede en una tarde de verano, sino que, de una total oscuridad, se pasó a miles y miles de puntos de luz que se materializaron todos a la vez: estrellas individuales, constelaciones y planetas, más brillantes y grandes que los de nuestro mundo. No había nubes. Las nuevas estrellas y las nuevas voces nacieron justo al mismo tiempo, y si las hubieses visto y escuchado, como lo hizo Digory, te habrías sentido muy seguro de que eran las mismas estrellas las que cantaban, y de que fue la primera voz, la voz profunda, la que las había hecho aparecer y cantar.» (Capítulo 8, El sobrino del mago)
Esto demuestra una vez más la belleza de este acontecimiento “original” donde Dios ha colocado al hombre como culmen de la creación. Y desde el primer instante encontramos una bendición y un mandato divinos: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1, 28).
Un último aspecto que quisiera indicar antes de comenzar con los capítulos de la Creación es que estamos ante un género literario que no es histórico sino legendario. Eso significa que el autor bíblico no pretende narrar una historia sino expresar una verdad que ha tenido lugar en la historia. Esta forma mítica se refiere a unos acontecimientos reales, aunque no sea posible precisar sus contornos exactos y que no puede caer en la ciencia histórica. Lo importante es descubrir de aquello de lo que nos hablan, de lo central, de la esencia.
[Imagen: Cathopic.com / Texto publicado en Falando baixiño]
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