Los jóvenes y la fe

Hace poco preparé estos puntos para una charla. Se trata de unos padres que se preguntan cómo vivir la fe y juventud de sus hijos, muchos de los cuales se encuentran tibios o lejanos a Dios. Solo traigo algunos puntos y un breve resumen de cada uno de ellos.

1. Los padres son transmisores de la fe

Quizás esto es lo único que no buscamos pero de lo que si tenemos necesidad y es algo insustituible. La labor de los padres en lo que a la educación de los hijos se refiere es un tema central para la madurez y crecimiento de los mismos. Y eso comporta todas las dimensiones de la persona, también la religiosa. De ahí que el niño conocerá a Dios en la medida en que sus padres le hablen de Él, vivan su fe y compartan la alegría de seguir a Jesús.

2. Reconocer a Dios como un amigo: la oración

Es importante tener esto en el horizonte de nuestra relación con Él porque si no se puede convertir en una mera relación comercial: yo te pido y tú me das, como muchas veces sucede. Dios ha llamado al hombre a la existencia para amar y ser amado. Y este amor se vuelca en una relación de amistad entre Dios y los hombres. Una alianza que está presente a lo largo de toda la historia del pueblo de Israel y que se hace definitiva con Cristo, quien la lleva a plenitud. Vivir esta alianza significa descubrir que Dios se ha encarnado, ha entrado en la historia, ha salvado la distancia entre Él y el género humano. En definitiva, que Jesús, rostro visible de Dios, nos ha devuelto la amistad que el pecado rompió. Una amistad en la que uno va entrando poco a poco, conociendo a Aquel que poco a poco va amando.

Y para ello la oración es el camino. Orar no es solo repetir un sinfín de oraciones vocales. Uno se pone en oración invocando al Espíritu Santo para pedirle que ese rato dé sus frutos. La mejor compañía para la oración son las Escrituras, donde Dios ha querido y quiere seguir hablándonos. Meditar acerca de lo que hemos leído, ver cómo Dios nos interpela al corazón y a nuestra vida con esas palabras… También se pueden usar otros textos: algo del Papa, de algún santo, de los Santos Padres… Uno de la oración sale renovado, sale lleno, feliz. Y eso es un signo más de su presencia. Y si no sucede, no importa porque esto es como ir a la playa: ha estado delante del Sol, se pone uno moreno sin darse cuenta.

3. La Iglesia como lugar de pertenencia

Siempre buscamos un lugar en el que sentirnos acogidos, queridos, reconocidos por quien somos y por como somos, sin necesidad de poner una máscara, sin tener que ser otra persona distinta. Bien, pues eso es la Iglesia: una familia en la que uno es querido por ser tal y como es. A esta familia pertenecemos por nuestro Bautismo. Y es bueno que lo vivamos así como un lugar de pertenencia, al que acudir en todo momento. Igual que uno niño necesita a sus padres, cada bautizado tendría que tener este deseo de acercarse a su familia parroquial cuando lo necesite.

4. Vivir la fe desde la libertad y la madurez

La fe siempre es algo que suma, no resta. Actualmente oímos que la fe y todo lo inherente a la misma es un condicionante para la vida, que solo prohíbe y elimina la libertad. Al contrario, vivir esta vocación al amor es ser invitados a crecer en la libertad. Los mandamientos, por ejemplo, son un signo de cómo todo está puesto para que aprendamos a amar y vivir en libertad. Esto nos tiene que llevar a una mirada positiva sobre las cosas, no como imposiciones, sino como un espacio en el que nuestra libertad se pone en juego y es real. Por ello no podemos vivir en burbujas, pretendiendo que no nos pase nada, que el mundo sea perfecto y que todos piensen y vivan como nosotros. Ojalá fuese así, pero no es el caso. Y lo más real que podemos hacer es vivir con madurez, con libertad y responsabilidad cada situación en la que vamos descubriendo los buenos y malos espíritus. Si algo reclama un joven eso es la libertad.

5. El protagonismo de los jóvenes en la Iglesia

Muchas veces los sacerdotes, responsables de las comunidades, etc. no sabemos en qué lugar colocar a nuestros jóvenes, cómo manejar su presencia y su colaboración. Un error porque eso provoca que alguien que tiene un don no pueda ponerlo al servicio de la comunidad. Muchas veces lo hacemos bajo el pretexto de que se equivocará, de que lo hará mal… Pero si no se equivoca, no aprenda. Por eso es bueno darle la oportunidad de poder ponerse al servicio del Señor y su Iglesia a través de los dones que posea o de aquello en lo que él desee colaborar. Lo que sea pero que se sienta protagonista, así sea algo pequeño o algo grande. Y, claro, una cosa es que él colabore y se sienta implicado en la vida parroquial, que se sienta útil e importante, y otra es que sustituya al sacerdote en sus funciones. Ni clericalismo ni tampoco clericalizar a los laicos.

6. “Soy el raro del grupo”

¡Qué joven cristiano no se siente así! Para eso es importante darle una referencia: un grupo. Dios ha querido que viviésemos la fe en comunidad, para eso ha creado la Iglesia. Por tanto, que los jóvenes aprecien que hay otros como ellos que buscan vivir lo mismo: su fe. Cada uno tiene algo peculiar pero todos tienen ese elemento común que debe ser puesto en juego. Y eso es bueno, hay que cuidar ese aspecto dándoles la oportunidad de verse, de reunirse, de poder hablar, de poder hacer cosas juntos como amigos.

7. Sentirse acogido: el sacerdote

Es una de las tareas más importantes de nuestra vida ministerial: acoger. En especial se trata de aquellos que son el futuro y presente de nuestra comunidad. Cuando ellos descubren que el sacerdote, indistintamente de su edad, es un verdadero amigo y presbítero, un hombre de Dios que está ahí para cualquier cosa que necesite, sea el momento o lugar que sea, entonces empiezan a acercarse también a la Iglesia porque se sienten acogidos por aquel que va delante en la comunidad. En él verá manifestado a Dios.

8. Buscar respuestas

Lo normal de cualquier joven es que se haga preguntas, que busque razones, el porqué de tantas cosas. Ciertamente se trata de algo bueno y necesario. No puede uno creer las cosas “porque sí”, sino que necesitamos dar razones de nuestra fe, primero para nosotros mismos y luego porque el mundo nos las exige. Muchos de ellos no preguntan por timidez o porque creen que no van a entender, pero deben ser valientes y cuestionar todas aquellas cosas que no tengan claras o que necesiten reafirmar.

[Imagen: Cathopic.com]

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