En el número 111 de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, el santo propone contemplar el Nacimiento de Jesús y hacer una composición de lugar, donde el camino de Nazaret a Belén se hace con María embarazada encima de una asna, San José, una sirvienta y un buey. Sí, sí, un buey.
Hoy son 150 kilómetros los que separan Nazaret de Belén en coche. Si en mula ya es lento, no quiero imaginarme en buey. Un paso lento, mucha fatiga, una mujer embarazada hace dos mil años y muchas incógnitas en el camino que María y José deberían vivir, fiados en el Señor y en su gracia.
La vida es algo bastante parecido a esto. Cuando caminamos vamos rápido al principio, pero la fatiga, la dificultad orográfica del camino, la pocas provisiones que podría uno llevar y la falta de descanso cada vez mayor, hacen que tengamos que prever bien en cuántas etapas vamos a realizar el recorrido. Y eso es sano, la preparación y sabiendo que hay un objetivo claro vamos con más agilidad que si no existe en el horizonte una pretensión clara.
Hoy nos hemos acomodado tanto que pensar en caminar más de un número determinado de kilómetros, incluso a veces de una punta a otra de la ciudad, ya supone un quebradero de cabeza y la búsqueda automática de la llave del coche o de la moto para aligerar nuestra actividad física. De la misma manera hemos también relajado nuestras metas u objetivos en la vida, de manera que lo cómodo se prefiere a lo que es conveniente, lo fácil a lo que implica más trabajo…
Claro, ¡es que no es lo mismo ir en coche que en buey! Pero creo que es una imagen preciosa, la de que nosotros salimos pesadamente de nuestra casa -entiéndase casa como corazón- puesto que el buey pesa una cantidad considerable de kilos; y que realizamos el camino sabiendo que la meta es más cercana ahora que cinco pasos atrás y que la agilidad hacia la misma no es tan importante como el hecho de llegar. El recorrido es más lento, pero hay posibilidad de muchas más cosas. Si fuésemos en coche, la conversación, las reflexiones, el silencio, cantar juntos, etc. se habría reducido de varios días a un instante de hora y media. Y ¿cuánto nos hubiésemos perdido? En la vida vamos igual, acostumbrados a una inmediatez imparable donde el corazón se acostumbra poco al silencio y a ir despacio, pisando seguro, frente a una aceleración vertiginosa que provoca que busquemos experiencias tan rápido como ágil es nuestro dedo al deslizar imágenes en instagram.
Lo importante aquí es el camino. Lento pero seguro. Y a veces tenemos que poner en una balanza: ¿qué preferimos? ¿qué hay en el horizonte de nuestra vida como para que tengamos una necesidad imperiosa de correr para llegar al final? Porque somos conscientes de que cuando lleguemos al final vamos a querer buscar otro final, ¿verdad?
Hoy al menos pensaremos un poco en el buey…
[Imagen extraída de leonoticias.com]
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