Cantidad de memes y bromas evidencian la fatalidad que trae consigo este año. A mí, personalmente, me ha traído también una experiencia muy triste y dolorosa: la muerte de mi abuelo materno, con el que convivíamos en casa. Pero siempre hay Luz. Es lo bueno de ser cristianos, que Cristo, aunque no nos ahorra sufrimientos, nos enseña a contemplarnos de un modo nuevo. Saber leer los acontecimientos de la vida desde la fe en Jesús es poder descubrir lo bueno que se esconde siempre tras el dolor, la enfermedad, la muerte o la desesperación. La muerte de mi abuelo ha traído consigo el redescubrir la importancia de rezar por nuestros difuntos y de ponerlos como intercesores, a la vez que ha supuesto un crecer en la comunión en nuestra familia -a pesar de que siempre hemos estado muy juntos-. Y eso lo ha hecho posible Jesús al regalarle a mi abuelo la Vida eterna y a nosotros una mirada nueva sobre la vida. ¡Él sí que hace las cosas bien! (¡Gracias, Jesús, por mi abuelo, que siempre fue un crack!).
«Pero la vida continúa», que me dice la gente una y otra vez, ante el silencio incómodo que se produce al darme el pésame o para tratar de dar una palabra a la otra persona en un momento de dolor. Y sí, la vida continúa, pero no como un pesar o vivida desde la desesperanza, sino como el acierto de que el camino que se abre para nosotros necesita ser transcurrido, que tantas otras personas recibirán el bien por medio de nosotros, que, al final, la realidad se va construyendo como una herencia de quienes se han ido y un trabajo de quienes quedamos. Y su gracia, porque sin Él nada podremos.
Por eso, este curso escolar/pastoral que comienza estos días pone de manifiesto la necesidad que tenemos de que Él nos renueve. Llegamos cansados, tristes, con miedo o desesperanzados hacia el final de un año marcado indudablemente por una pandemia que nos ha sorprendido y zarandeado. Seguramente que a muchos el tiempo de confinamiento les ha hecho bien, les ha invitado a cambiar sus prioridades o su modo de vivir. Pero, sobre todo, ha provocado que detuviésemos la vida para contemplar por un instante todos los dones que tenemos y no sabemos valorar ni disfrutar.
Hoy quiero invitar a todos, especialmente a mis feligreses, a descubrir este poder que tiene el Señor: «Él hace nuevas todas las cosas». Sé que el lema de la diócesis es otro, pero el nuestro lo engloba y matiza. Porque para ser una Iglesia viva y permanecer unidos, debemos dejar que Jesucristo toque nuestros corazones.
Aunque en la carta que estoy entregando en las parroquias estos días aparecen distintas actividades y cambios que se realizarán a lo largo de este año, creo que la renovación tiene tres pilares fundamentales que allí no he terminado de explicar, pero que debemos introducir:
Habrá mil cosas por hacer, muchas actividades, pero estos tres puntos son clave. Falta alguno otro como la devoción a María o la vivencia en la comunidad parroquial de nuestra fe, pero por hoy es suficiente.
Prometo también que este año trataré de escribir una o dos veces por semana. Al menos intentarlo.
[Imagen: Cathopic]
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