El Amor entregado

Homilía en la Misa vespertina de la Cena del Señor, del año 2021. «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros» (1 Cor 11, 24). Si cada día del triduo pascual pudiésemos fijarnos en un aspecto que se contempla en los tres días, hoy podríamos decir que el día del Amor entregado.

La carta de Pablo al pueblo de Corinto es el testimonio de como se realizaba ya la Eucaristía en ese momento. En las primeras comunidades cristianas se celebraba un ágape fraterno tras la celebración de la Misa, tal y como seguimos haciendo nosotros, reuniéndonos para comer unos pinchos o compartir un momento juntos tras la liturgia o cualquier otro acto. Pero San Pablo reclama que no exista división entre ricos y pobres, que no haya diferencias en medio de la comunidad. ¿Por qué? La respuesta la encontramos en el Evangelio que hemos proclamado, en el gesto que realiza Jesús sobre sus discípulos: «también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14). No puede existir división cuando lo que reclama Jesucristo es entrega y servicio, que haya una verdadera unión entre ellos. La Misa es siempre fuente de unión, donde todos nosotros, con historias distintas, incluso con nuestras heridas y dolores, descubrimos que tenemos una fe común, que seguimos a un mismo Señor.

Cuando Jesús comienza a lavar los pies a sus discípulos, que vienen de caminar en la tierra, con sus sandalias abiertas, los pies manchados, sus apóstoles se escandalizan porque esta era una tarea propia de los esclavos. El amor no entiende de esclavitud, sino de libertad. Por eso, una relación que esclaviza, que oprime el corazón, roba la paz, genera inestabilidad y produce heridas porque no existe un verdadero amor. Jesús enseña a sus discípulos a amar a través del servicio: dándose, entregándose a los demás, han hecho opción en su vida por la libertad, han escogido un amor que puede crecer.

Amar es un verbo que exige una necesaria entrega. A veces tenemos miedo de amar porque nos hacemos vulnerables, débiles hacia quienes amamos. Es un riesgo que conlleva una gran recompensa o un gran dolor, pero nadie puede amar a medias. De nadie podríamos entender que dijese que ama de 8 de la mañana a 8 de la tarde. Y Jesús enseña esto al amar a los doce, sabiendo que lo pueden traicionar, que puede quebrantar la amistad, como sucede con Judas Iscariote. 30 monedas de plata es el precio de un corazón roto por la traición.

¿Cuál es entonces la enseñanza que hoy podremos llevar a nuestras casas, a nuestras vidas? Jesús se entrega por amor. La Pasión y su Muerte son un eco profundo de esta entrega que se hace real en la Misa, donde el sacerdote hace presente al Señor a través de los gestos y palabras.

El Amor entregado se manifiesta hoy en tres aspectos, que recogemos en el espacio central del Monumento, y que confirman esta entrega. El lavabo y la toalla recuerdan el lavatorio de los pies que Él hizo. Fue su manera de decir a cada discípulo: “a ti me entrego, tú me perteneces”. Es lo que nos recuerdan los anillos del matrimonio que llevamos en la mano, no como un gesto de esclavitud, sino de libertad, que nos recuerdan que hemos escogido amar a esa persona y caminar con ella por siempre.

Las uvas y las espigas son el fruto de una entrega, que se recogen después de haber sembrado. Como los niños en nuestras casas o como nosotros mismos, que hemos ido creciendo por el amor y la educación recibidos. Y se convierten en pan y vino, frutos que el Señor usará para manifestar su entrega, para que se conviertan en su Cuerpo y Sangre. Es el gesto de alianza, en lugar de un anillo, que manifiesta la amistad que Él ha trazado con cada uno de nosotros, bautizados.

Y la estola y cáliz, símbolos del sacerdocio. Si Cristo se hace presente es a través del sacerdote, que realiza los gestos por mandato de Él: «haced esto en memoria mía» (1 Cor 11, 24). Es un amor entregado, que renuncia a una vida para sí para vivir por y para los demás.

Que vivamos esta entrega con nuestras familias, en nuestras amistades… «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13, 15). Amén.

[Imagen: Cathopic.com]

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