Disfruto leyendo y orando con el mensaje del Papa para la Cuaresma. Siento que el Señor tiene algo que decir a mi vida de forma particular, una prueba más de que es una Palabra viva porque Aquel de quien se habla está vivo. Ya sabemos, claro, porque la Cuaresma es lo mismo siempre, un año tras otro, que este tiempo de desierto nos invita a la conversión del corazón, encarnándolo a través del ayuno, la oración y la limosna.
A mí este tiempo me suele costar mucho. No sé si es por lo penitencial, por la sobriedad litúrgica o porque no me apetece demasiado el tema de los sacrificios. Pero es una oportunidad para renovarnos, para pedir la conversión verdadera. La cuaresma de nuestra vida, que tanto he escuchado y que tanto predico.
Yo os comparto brevemente lo que he decidido para este tiempo. Cosas sencillas porque es lo que el Señor me pide a mí. Si ayuda, pues mejor. Por eso, lo primero que haré mañana es confesarme. Me hace gracia que los niños de catequesis me pregunten si yo me confieso a mí mismo. Desde luego, la penitencia sería un lujo; pero no, voy a otro sacerdote. Y si el coche necesita estar limpio, nos gusta tener la casa limpia, lavamos los platos tras la comida, ¿cómo vamos a permitir que Jesús venga a nosotros de cualquier manera? Perdón por la comparación, pero a veces siento que Jesús viene a mí como quien entra y se sienta en medio de un salón lleno de basura, con bolsas, desperdicios y todo lo imaginable en aquel espacio de la casa. No, no, que entre para este tiempo teniendo el corazón limpio. Vamos a empezar bien, que la dieta si se pregona a los cuatro vientos y no se lleva a cabo, lo único que adelgaza es nuestra lengua.
Creo que es un tiempo adecuado para llenarnos. Nos pasamos el día haciendo ayuno, pero también hay que llenar el espacio vacío. Que si no lo llenas tú, el demonio -que es el único que nunca se toma vacaciones- te llenará el corazón de lo que sea con tal de ganarte. Pues eso, una buena lectura, una música que ayude, un tiempo para caminar y reflexionar, poder rezar el rosario o meditar el Evangelio… Un tiempo para encontrarLo en medio de nuestra vida. Dios «se hace carne» en lo cotidiano de nuestra vida. Ir al desierto, una expresión de este tiempo, tiene sentido cuando vamos a su encuentro o cuando dejamos que el nos aborde por el camino, como a los dos de Emaús. Este es el momento para cuidar la oración.
Pero está genial ayunar. Y hay que hacerlo. No solo de la comida, sino también de todo aquello que nos sobre. Como cuando llega el cambio de estación y hay que sacar la ropa de invierno y seleccionamos la de verano, aquella que se ha quedado en el cajón, que no utilizábamos y nos molesta. ¿Qué te sobra? Es tiempo de renovarse, de desprenderse. Las mudanzas son así, te das cuenta de la cantidad inmensa de cosas que te sobran, de todo aquello que compraste dejándote llevar por el consumismo y que no recuerdas ni el tiempo que lleva ahí acumulando una capa de polvo por encima. Muda el corazón.
Y la limosna. El hecho de sacar unas monedas de cobre del monedero, de esas que no superan los cinco céntimos por unidad, denota la poca capacidad que tenemos de ser generosos o de entregarnos. Leyendo sobre Cicerón me llamaba la atención que al tratar la amistad dice que nosotros hablamos de nuestros amigos como un «otro yo», pero, en verdad, en muchas ocasiones hacemos por ellos lo que no haríamos por nosotros. ¿Te entregarías al otro durante este tiempo? Porque la limosna no es solo de dinero. Se trata de dar una limosna de obra, que nos implique, que nuestra caridad sea provocada. A un pobre le hace falta comida o cualquier otra cosa material, pero el bien más grande que le podemos hacer es escucharlo, tratarlo con toda la dignidad, poder bromear con él… La limosna es la caridad del corazón.
El Papa nos habla en el Mensaje para la cuaresma del 2021 de subir a Jerusalén. Es el camino que el Señor recorre para llegar a su Pasión y Muerte. Y desde aquellas vivimos con una certeza: todo está bajo la luz de la Resurrección. Así, qué, la próxima parada es Jerusalén. Allí «muere el hombre viejo y renace el hombre nuevo»; palabras que el sacerdote pronunció en el día de nuestro bautismo y cuyas promesas renovaremos en la noche de Pascua. Dejar que Jesús pase por nuestra vida es decidirnos a subir a Jerusalén, en una cuesta difícil, llena de obstáculos, pero de satisfacciones no siempre humanas. Es comprender que en ese camino estamos caminando al lado de otros, que viven su propia subida y que entiende que alcanzar la meta es una tarea diaria y permanente en la tierra. La Jerusalén a la que subimos con Jesús es nuestra conversión, para que un día alcancemos la Jerusalén celeste.
Y sí, no me olvido que esto va de contar lo que haré yo en Cuaresma. Además de la confesión, para subir a Jerusalén necesito algo de ayuda. Este tiempo será para leer el libro del padre Jacques Philippe, La paternidad espiritual del sacerdote, aprovechando que es el año de San José y que el tema de la paternidad tratado aquí me ayuda por su visión sacerdotal y por lo referente al cultura de la muerte del padre. Procuraré continuar con escuchar por las mañanas el Evangelio y la reflexión del Papa en italiano, que me sirve para practicar y que me ayuda a rezar con las lecturas a lo largo del día. Además, aprovecharé para hacer ejercicios espirituales, aunque sean de forma especial y tenga que mantener algunas cosas a lo largo de la semana a las que no puedo renunciar. Y además de cuidar el tiempo de oración y la celebración de la Eucaristía, me gustaría cuidar también el rezo del rosario y el tiempo de música, que me ayuda a descansar un poco.
Otros años hacía ayuno de móvil o de algo que me pudiese costar. Este año me veo especialmente volcado a llenarme con la oración y con tiempos para el Señor. La pandemia también ha hecho mella en mí y no pienso tirar la toalla ni desanimarme; creo que es importante seguir teniendo esperanza y pedir mucho a Dios el don de la fe. Estos predicando mucho de la fe en estas semanas. Creo que nos hace falta, para no caer en la idea de que todo depende de nosotros -humanamente hablando- y de que «esto se acaba», que muchas veces los curas decimos echando una visual a nuestras parroquias.
¡Ánimo! Subamos a Jerusalén. 40 días no son nada. Cuando nos demos cuenta estaremos cantando el gloria de la noche de Pascua.
[Imagen: Cathopic]
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