Si uno piensa en Irlanda, en seguida nos hacemos a la idea de un país católico. Su historia ciertamente está marcada por una relación tal con el cristianismo que, negarlo, supondría negar el origen de dicha nación. San Patricio, San Columbano, Santa Brígida… Un sinfín de santos que están presentes a o largo de los años y geografía de toda la isla, y que han conformado su historia.
Y nos reunimos en aquel país para celebrar el IX Encuentro Mundial de las Familias que el Papa, a través de la Congregación de laicos, familia y vida, convoca cada tres años. Sus orígenes se remontan a un deseo de San Juan Pablo II de unirse al Año de la Familia convocado por la ONU en 1994. El primer encuentro tuvo lugar en Roma. Años después se nos ha vuelto a convocar para asistir a dicho evento en Dublín.
El inicio del mismo comenzó con una oración el martes a la tarde en las catedrales de todas las diócesis irlandesas. Muchas familias acogieron a lo largo del encuentro a familias provenientes de los cinco continentes. Eran días festivos, marcados por el lema que el Papa propuso: “El Evangelio de la familia: alegría para el mundo”, con un deseo de reflexionar durante varios días, a partir de la exhortación Amoris Laetitia (“La alegría del amor”) sobre lo que es la familia, su vocación y misión.
La belleza de este encuentro reside en poder vivir la fe desde la experiencia de una familia y vivir en la Iglesia como la gran familia de los bautizados que ella es. Durante el congreso pastoral, de miércoles a viernes, tuvimos oportunidad de conocer muchos y diversos movimientos, asociaciones, métodos de evangelización y programas o campañas que en los diversos países se llevan a cabo para hablar de la vocación al matrimonio, de la vivencia y comunicación en la familia, de la transmisión de la fe, de la espiritualidad matrimonial o la educación de los hijos. Este congreso nos presentaba la posibilidad de escuchar a más de 300 ponentes con experiencias muy distintas pero con un único denominador común: la familia y la fe. “Si la misión de la Iglesia es convertirse en una familia, a la inversa, la misión de la familia es convertirse más y más en Iglesia”. Estas palabras del Cardenal-Arzobispo de Bombay, Mons. Oswald Gracias, todavía resuenan en nuestros corazones como una verdad fundamental de nuestra vida familiar y eclesial.
Los dos grandes eventos de dicho encuentro son el Festival de las familias el sábado por la tarde, un momento lúcido-musical referente a la cultura nacional y también de otros continentes, además de contar con el testimonio de familias y un discurso del Papa. Ya el domingo se celebra la Misa que clausura dicho evento y que suele presidir el Papa; al final de la misma se anuncia donde tiene lugar el próximo encuentro.
Fueron días para descubrir, una vez más, como la familia es el Nazaret donde los hijos crecen a la fe y maduran en su experiencia humana; es la posada donde el Buen Samaritano nos deja para que curen nuestras heridas y cuiden de nosotros; es la Betania donde uno puede descansar y refugiarse del cansancio físico o existencial; es el Jericó en el que somos salvados e invitados a levantarnos de nuevo; es la Jerusalén que, como María con los Apóstoles, nos enseña a no tener miedo y a confiar en Aquel que prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo.
Y a todo este encuentro se le añadía la presencia del Papa Francisco. 39 años habían pasado desde la visita de Juan Pablo II a Irlanda. Era una visita de suma importancia para el país y lglesia que peregrina en estas tierras, pero alentadora para las familias que allí se habían congregado. El tema de los abusos, desgraciadamente, acaparó gran parte de los titulares de aquellos días, pero es que la Iglesia allí ha sufrido mucho con este tema. Perdón, fue la palabra más repetida en aquellos días. Pero también fue la ocasión propicia para volver a manifestar la importancia de una vida de amor, de entrega y de fe en las familias para que ellas sean el germen de una Iglesia que esté llena de hombres y mujeres que busquen la conversión del corazón, la misericordia de Dios pero también una vida moral que acompaña a la fe que se profesa.
Me gustaría terminar con un texto pronunciado por el Papa esos días: “El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen, para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo. Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos, todos llamados a encontrar la plenitud del amor en la familia. La gracia de Dios nos ayuda todos los días a vivir con un solo corazón y una sola alma“ (Discurso en Croke Park).
[Publicado en el periódico El Progreso]
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