El padre que espera en la estación a que su hijo llegue; la abuela, a que salga su nieta del cole; el sacerdote, a que sea la hora para celebrar la Misa; el alumno, a que el timbre del colegio le devuelva la tan ansiada «libertad»; la madre, a regresar a casa para estar con los suyos; el padre, a que los niños se acuesten para poder hablar con su mujer… ¡Nos pasamos la vida esperando! Y ¿quién nos espera a nosotros?
El adviento es ese tiempo que devuelve el protagonismo a un Niño, que meses antes iniciaba la esperaba en una sencilla joven de Israel. Él hizo esperar a sus padres nueve meses para que pudiesen contemplarlo, tal y como sucede con cada nacimiento. Mientras tanto, aquel Niño fue deseado, amado, esperado, soñado… Los nueve meses de espera de María y José son ahora las cuatro semanas que nos preparan para poder recibir a nuestro Salvador. Desde luego, ¡hemos salido ganando!
Pero es verdad también que la espera ahora es distinta. Nos permite conjugar el mismo verbo en tres tiempos distintos: vino, viene y vendrá. Porque el adviento se vive en tres dimensiones diferentes: la histórica, la sacramental y la escatológica. Jesús vino a la tierra hace ya muchos siglos. Como dice la canción de Maldita Nerea: eres la fuerza que llena la historia. O esa otra de Rosana: Lo más grande se hará lo más pequeño. La historia lo anhelaba como al Mesías del que habían dado testimonio siglos atrás los profetas. Era un mesianismo ansiado, pero también desde un punto de vista político, pensando que los libraría de la opresión romana. En Jesús se cumple lo anunciado, al que el pueblo esperaba, con un mesianismo que buscaba la salvación de la humanidad pero no con una derrota política ni con un reino mundano. Así, la venida de Jesús, su nacimiento, acontecido hace unos 2019 años aproximadamente cumple el adviento histórico que el pueblo vivía.
En cada Eucaristía vivimos la liturgia de la Palabra y el comienzo de la liturgia eucarística en la espera de que Jesús venga. Eso que caramelosamente decimos de que «Jesús viene cada día a nuestra vida» aquí se hace real. La liturgia de la Misa es la preparación a la venida de Cristo a través de este sacramento, que llega para alimentarnos, para llenarnos, para entrar en comunión con nosotros, para salvarnos. Cada día se hace concreto este deseo imperativo del «ven» que abarca todo el adviento: Jesús viene en cada Eucaristía. Pero viene una y otra vez a nuestro encuentro, en nuestra ayuda, ser nuestro sostén. Es una venida mística, espiritual. Pero es la venida en el presente.
Y como sucede en la escatología [escatología es el estudio de las realidades últimas del hombre, de la creación, qué sucederá tras la muerte, cómo será la venida del Señor…] de San Juan, en su evangelio, se percibe también en el adviento una tensión similar: «ya pero todavía no». Ya ha venido Cristo pero todavía no se ha realizado la Parusía, la segunda o definitiva venida. Esa que leemos en el Evangelio de Mt 25, que a unos los separará a un lado y a otros los pondrán en el opuesto, es la que anhelamos. El futuro del verbo «venir» se conjuga ahora con una mirada puesta en el Cielo, con el hecho de estar en vela, sin saber ni el día ni la hora (cf. Mt 24, 34). Además, estar en vela nos invita a meditar sobre aquello que es verdaderamente importante. ¿Qué cosas sobran en mi vida? ¿Qué debo cuidar? Yo lo veo en el hospital, como en otras realidades que son dolorosas: uno descubre en esos instantes que está malgastando el tiempo en lo que es accesorio mientras que lo esencial reclama ser el centro de nuestro corazón.
El adviento 2019 es solo este año y es para ti. Acaba de empezar. Durará unos 25 días. ¡Un suspiro! Así que empecemos desde hoy con los propósitos, con el corazón renovado, con los deseos afinados, con lo verdaderamente importante resituado en el centro. Pero, sobre todo, que este adviento nos recuerde que el que nos ha esperado, nos espera y nos esperará es Jesús; que la espera nuestra ha comenzado en su espera por nosotros. ¡Espéralo con esperanza! ¡Esperánzate en la espera!
[Imagen: jovenessaa.com.ar]
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