Hoy es un día precioso. Nada que ver con la república, siento decirlo. Hoy es martes de la octava de Pascua. ¡Qué Jesús ha resucitado! Entre que celebramos la Resurrección, que hoy hace un sol fabuloso en Lugo, que estamos cerquita del verano…¡quién se acuerda ya de que llevamos más de 30 días confinados! Pero admito que no vengo a escribir de eso. Habrá tiempo, cerca de cincuenta días, para hablar de estas cosas. Hoy quiero darle una nota más personal. Quisiera hablar del sacerdocio.
Esta noche fallecía uno de los sacerdotes que más he admirado en mi vida: Don José. Que a quien lea esto y no sea de mi pueblo, no le va a decir nada. Pero él, con sus 102 años, ha vivido cerca de 75 siendo sacerdote. Todos íbamos a confesarnos con él. Siempre estaba allí, en el confesionario junto a la Virgen de Fátima. Subía la plaza con su bastón bajo el brazo, con cierta dificultad en las piernas, pero con una cabeza muy lúcida. En la sacristía siempre nos contaba anécdotas del seminario en su época, nos reíamos con algún chiste… Y lo cuidábamos en todo; era bonito ver cómo se dejaba cuidar por nosotros, que lo ayudábamos a revestirse, a que no se le olvidase le bastón o la boina, a subir y bajar del presbiterio…
De un sacerdote seguro que se pueden decir muchas cosas. De don José todos destacábamos siempre su amor a María, a quien buscaba con la mirada y a quien rezaba con tanto cariño. De ella hablaba con mucha ilusión, como un niño habla de su madre. Y también tenía un cariño especial al Corazón de Jesús y a San José. Un sacerdote fiel, que era feliz en su ministerio y que todos compartíamos esa misma alegría. Era simpático todo el tiempo, que nos pronosticaba siempre como obispos de algún sitio (como se llegue a cumplir el mío, ¡me muero! ja, ja, ja).
En una sociedad que cada vez valora menos la dimensión espiritual, que reniega de la fe en Dios, que prefiere vivir solo en un plano horizontal, sin posibilidad de que exista una relación con la trascendencia…¡Qué pinta un cura! Realmente nada. O eso se me pasa a mí por la cabeza muchas veces. Pero luego te llama uno, otro te escribe, un tercero que cuando te ve te invita a tomar algo y te plantea un montón de dudas… Y a lo mejor es que hemos caído en un profundo sueño, como el de «La bella durmiente». Que todavía hay gente que tiene una semilla de fe en su corazón, dispuesta a crecer.
Pero hoy me atrevería a decir una cosa que repito con cierta frecuencia a quienes me rodean: vosotros, cristianos, no seguís a un sacerdote, sino a Cristo. Porque el sacerdote puede ser de una forma o de la contraria, más joven o viejo, cantar peor o mejor, tener unas cualidades u otras, pero el sacerdote nos trae a Jesús, nos lleva a Jesús y actúa en la persona de Cristo. Cuando J. Raztinger -no lo escribió como Papa- comentaba el colocar la cruz en el altar, delante del sacerdote, servía para que el pueblo recordase que caminaba hacia Él y que el sacerdote no buscase el protagonismo, sino que su mirada se fijase en Cristo como Aquel a quien estaba sirviendo.
Yo hoy celebro también mi aniversario sacerdotal. Y este año quería celebrarlo por todo lo alto. Porque ha sido un día decisivo en mi vida, tanto como mi nacimiento y mi bautismo, y porque celebrar aquello que se nos ha donado es celebrar el amor de quien nos lo donó, el amor de quien lo hizo posible, el amor de quien nos empujó a ello. Cuando un sacerdote celebra su aniversario no está buscando su protagonismo, colocándose en el centro y diciendo lo maravilloso que es (que también puede ser cierto, no lo descarto); lo que hace es dar gracias al Señor por su llamada, a su familia por la entrega generosa, a la Iglesia por cuidar este sacramento… En verdad, toda la Iglesia está de fiesta porque uno, que ha sido elegido por Dios, que ha donado toda su vida al Señor en este ministerio, sigue diciendo «sí» cada día.
Y, por último, todos sabemos lo que llevamos en el corazón, lo que vivimos, lo duro que es a veces el día a día. También hay que celebrar eso, que la Resurrección de Cristo nos ha levantado del sepulcro, nos ha conferido «nacer de nuevo», recibir su gracia una y otra vez. Porque Dios no ha dejado de amarnos, a pesar de nuestro pecado y nuestra pequeñez. ¡Cuenta con ella cuando nos elige para seguirlo! Por todo ello, muchas gracias, Señor.
Os dejo, como final, uno de los prefacios que más me gustan, sobre el que he predicado en varias ocasiones y que se utiliza en la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. ¡Gracias, Señor por don José, servidor bueno y fiel! ¡Gracias por seguir llamándonos y amándonos!
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu único Hijo
Pontífice de la Alianza nueva y eterna
por la unción del Espíritu Santo,
y determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
El no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real
a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano,
elige hombres de este pueblo
para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo
el sacrificio de la redención,
preparan a tus hijos el banquete pascual,
presiden a tu pueblo santo en el amor,
lo alimentan con tu palabra
y lo fortalecen con tus sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor,
al entregar su vida por ti
y por la salvación de los hermanos,
van configurándose a Cristo,
y han de darle así
testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, nosotros, Señor,
con los ángeles y los santos,
cantamos tu gloria diciendo…
[Imagen: Cathopic.com]
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