Aunque nos llenan el whatsapp y las demás redes sociales de infinidad de bromas (¡me encanta la creatividad de este país aún en tiempos difíciles!), la realidad es que vivimos una situación que cada vez es más complicada.
Todos hemos dicho en estos días de «encierro» que tendríamos tiempo de hacer una infinidad de cosas. Nada más lejos de la realidad, que siempre estamos perdiendo el tiempo como hacíamos antes o que seguimos sin decidirnos a vencer la pereza que provoca estar recluidos. Al final no se trata tanto de lo externo, sino de nosotros, de nuestra actitud, de la verdadera disposición que tenemos para hacer las cosas. Ese «minuto heroico» que alguna vez en nuestra vida habremos escuchado en la mayor de las luchas que peleamos cada día y que va a marcar las posteriores horas no puede dejarnos derrotados ni que signifique que por perder una batalla hayamos perdido la guerra; y sí, me refiero al minuto en que decidimos si nos levantamos de la cama o seguimos «cinco minutitos más».
Pero hoy quisiera hablar de un tipo de confinamiento que me parece peor y más doloroso: el del corazón. Porque lo que más me preocupa es esto. Yo puedo confesar y confieso que llevo varios días encerrado en mi habitación-despacho, que se ha convertido en mi lugar de trabajo, de oración, de ocio, de alimentación… También puedo confesar que este lunes, celebrando la Misa, yo solo, contemplando la plaza y la avenida Rodríguez Mourelo, viendo atardecer, me emocionaba elevando a Jesús en mis manos. En ese momento venían a mi corazón algunas de las personas que están hospitalizadas por coronavirus y que tengo la suerte de poder compartir con ellas esta hermosa vida; entre ellas, también mis feligresas. La verdad es que me duele en el alma saber que están mal y no poder hacer nada salvo rezar (que es lo más importante y el poder de la oración es muy fuerte). Ahora entiendo a mis padres y a tantos otros…ver mal a tu hijo y no saber qué hacer por ellos. ¡Bendita paternidad!
Así que estos días he pensado mucho en el confinamiento del corazón. Antes te creías libre, con capacidad de decidir en tu vida, siendo el más autónomo de todos los seres de este mundo. Pero ahora, que cuatro paredes nos constriñen, que parece que no existe el suficiente oxígeno en nuestras casas, que las horas se pasan en el mismo espacio con la misma gente, ¿te sigues sintiendo libre? Es bello descubrir que nuestro corazón tiene anhelos infinitos porque eso nos hace recordar que somos humanos, creados por Alguien que si es verdaderamente infinito y que, así, nos ha hecho capaces de infinito. Nunca te cansarás de desear, de buscar, de pedir. Parecemos «pozos sin fondos». Y realmente lo somos.
Por eso la libertad no se mide en espacios o tiempos, se mide en el corazón. Aquella frase que tantas veces me ha recordado un muy querido amigo sacerdote del Maestro Yoda: «aprender a liberarte de aquello que precisamente perder temes». Esa es es nuestra mayor libertad. ¿No te has sentido libre al dejar una relación que no iba a ninguna parte, al finalizar con una actividad que ya te resultaba una carga, al romper una amistad que solo generaba malestar y dificultad? Pues esa, y no otra, es la verdadera libertad. Al menos un primer atisbo de la misma. Porque le falta un ingrediente: tú. La libertad no es un gesto que venga de fuera, sino que nace en nuestro corazón. Es el movimiento del corazón que anhela y que desea ser anhelado. Pero cuando algo se pone en medio del camino, cuando bloquea esta acción, entonces la libertad simplemente desaparece.
Estos días mucha gente está descubriendo que no sabe vivir sola, que no entiende que es verdaderamente la libertad. Parecía que antes éramos libres por vivir en la calle, siempre rodeados de gente. Ahora, solos y encerrados, la vida se desvanece. Tu corazón está verdaderamente confinado. Y, una vez más, no se trata del espacio o del tiempo, se trata de ti. Vivir la libertad como don de Dios es descubrir que has sido creado para el amor, para elegir y ser elegido (como diría también mi buen amigo Buber).
Y el corazón confinado todavía no es maduro. Porque su libertad la vive al límite con los demás. Es hacer real esa tremenda frase de Sartre cuando dice que nuestra libertad acaba donde comienza la del otro. ¡Qué nadie te venga a poner la zancadilla! No dependas de nadie. Que cuando Dios elegió a Abrahán y le dijo que saliese de su tierra no le explico con quién debía ir y con quién no. ¡No me imagino a Dios haciendo una lista detallada, como las de las bodas! Se trataba de que él siguiese la vocación del Señor con aquello que era su vida. Y Sara, su mujer, era su vida. Por eso dejo todo lo demás atrás. ¿Qué hay en tu vida que sea realmente necesario? ¿Qué forma parte de tu corazón que no puedes dejar atrás? Porque en el confinamiento habrá muchas cosas, pero lo esencial de cada uno de nosotros en este tiempo también ha quedado claro. Y tu corazón, ¿cómo está?
El confinamiento demuestra cómo son nuestras relaciones con los otros, cómo las vivimos y nos afectan. Pero también dice mucho de nosotros, de cómo vivimos nuestra vida, de cuán acelerado anda nuestro pulso diario. Netflix, HBO, Instagram, Facebook, Tik Tok o Whatsapp quizás son el verdadero confinamiento del corazón. Las horas que perdemos en las redes sociales, en conversaciones 0 productivas o en perseguir a una mosca con la mirada… ¡También tenemos que aprender a descansar, a divertirnos e incluso a aburrirnos! Pero nuestro corazón tiene que ser libre, que buscar lo infinito y viviendo en relación con aquello que nos construye.
Imaginaos por un momento que Dios coge vuestra corazón, así, ahora, con lo que hemos vivido hasta este momento. Habrá mil cosas de las que podríamos avergonzarnos. Pero una buena pregunta sería: ¿qué espacio a ocupado Dios en tu vida? ¿Realmente lo has buscado? ¿Has sido tan libre como para vivir tu vida según tus propias decisiones o siguiendo los deseos de otros, los caprichos de otros? ¿Vives atado a tus apetencias o tratas de «en todo, amar y servir» al más puro espíritu ignaciano? ¿Te sientes realmente útil y cuidas de los que tienes cerca, o te deja aprisionado el corazón el egoísmo y la soberbia de mirarte a ti mismo primero?
El confinamiento del corazón hoy tiene que terminar. Depende de ti. Porque solo tú sabes cómo está y solo tú puedes dar por zanjado este capítulo en tu vida. Pero no estás solo. ¡Eres finito! Y, aunque creado para ser libre y amar, Alguien lo ha hecho primero por ti. Pídele a Dios que te ayude. Su gracia lo puede todo. Pero no dejes que nada te robe la paz. Tampoco este tiempo. Tampoco la cuarentena. Ni siquiera las cuatro paredes de tu casa. ¡La libertad te permite contemplar el horizonte de tu vida, tomar las riendas de la misma y decidirte a amar y ser amado!
Y perdonadme. Hoy he hablado mucho de mí. Y he expuesto las cosas de manera desordenada. Quizás la idea no quede clara, pero al menos nos hace meditar.
[Imagen: Cathopic.com]
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