La Cuaresma en tiempo de coronavirus

Cuando comenzó el año creo que ninguno éramos conscientes de la revolución que iba a suponer el coronavirus para nuestra vida. Nos parecía algo lejano -en el tiempo y el espacio- y ajeno a nuestras personas.

Creo que va a ser una ocasión de oro para vivir la Cuaresma. Sí, todo tiene su punto positivo. Hemos pasado de la queja más común de nuestro día a día “no tengo tiempo” a poder compartir quince días con nuestras familias, amigos, compañeros o con quien sea que hagamos el confinamiento. De repente hemos visto como nuestro tiempo se detenía y que aquello más esencial para nosotros podría ocupar todo nuestro tiempo. Es, en definitiva, lo que sucede en la cuaresma: Dios quiere ser el protagonista de nuestro corazón en este tiempo. ¡Ya no puede haber quejas de que nos falta tiempo! Podemos orar, leer el Evangelio diario o alguna lectura espiritual, rezar el rosario en familia (una tradición tan común y preciosa en nuestro país hace unas décadas), etc.

¡Nos han privado de la comunión! Pero creo que nos va a llevar a valorarla y a desearla, a descubrir lo que significa que en las misiones estén un mes sin celebrarles la Misa y qué privilegio tenemos nosotros de poder actualizar el memorial del Sacrificio del Señor. Aunque ya no es algo tan lejano porque me sucede que yo voy a cada parroquia una vez al mes a celebrar la Misa, salvo en la principal. Aprender a dar gracias por la Eucaristía y por los sacerdotes.

Pero a nosotros también nos duele celebrar la Misa “solos” (porque solos nunca estamos). Por eso rezamos por cada uno de vosotros, por vuestras familias, por los enfermos, y damos gracias a Dios por todo el personal sanitario, los transportistas, los que trabajan en supermercados, restaurantes, gasolineras, fuerzas y cuerpos de seguridad, y cualquier otro tipo de servicio que hoy se brinda a nuestro país en este momento. Y vamos a aprovechar todos los medios de comunicación social para transmitir online la Santa Misa o una adoración del Santísimo Sacramento.

Y ¡ay, la Semana Santa! Nos servirá para unirnos más a la Pasión del Señor. Supongo que será de lo más extraño cuando nos encontremos solo los sacerdotes para celebrar los distintos oficios. Pero viviremos nosotros también el gozo de poder celebrar la Eucaristía, nos uniremos al sufrimiento del Señor en Getsemaní, nos dejaremos tocar por el silencio del Calvario y con esperanza caminaremos en medio de la noche guiados por la Luz pascual, sabiendo que la Resurrección de Cristo marcará el fin de este tiempo.

Ciertamente me parece que Dios ha querido poner ante nosotros un símil muy bello. Al igual que el tiempo de Cuaresma está marcado por la penitencia, la oración y el ayuno que disponen nuestro corazón para los Misterios de la vida de Jesús que vamos a celebrar, así también la Pascua irrumpe en medio de la noche para llenar nuestras vidas con la Luz que iluminará nuestros pasos y depositará en el corazón la Paz que nace de la Resurrección. Porque es la certeza de nuestra vida: Cristo ha resucitado y vive por amor a nosotros. Y de esta forma, pasaremos del confinamiento que el coronavirus nos está ofreciendo, llevándonos a vivir una insospechada penitencia, oración y ayuno, para que podamos luego estallar de gozo con la Pascua de la Resurrección, donde Cristo dará luz a nuestras tristezas y las convertirá en verdaderas alegrías.

Durante estos quince días de «reclusión» y aislamiento, donde no podemos ver a tanta gente que queremos, que no podemos tocarlos… No solo nos hará valorar lo bueno que es tener la compañía de los demás, como ya decía Pieper: “¡es bueno que tú existas!”. Sino que, además, nos descubrirá cuántas cosas nos decimos en una mirada, una caricia, un apretón de manos o un abrazo. Y hará perceptible el lenguaje de nuestro cuerpo, que forma parte de lo que somos y que manifiesta también lo que nuestro corazón siente y vive en cada instante. ¡Nunca hemos sentido tan cerca a los demás que como ahora, que los tenemos tan lejos!

Por supuesto, en este tiempo queda evidenciada, una vez más, la caridad que vive nuestro pueblo. Somos generosos y entregados, serviciales y comprometidos. Hay todo tipo de personas, evidentemente. Pero estos días, con tantas pequeñas iniciativas que nos van uniendo o que muestra el apoyo que damos a nuestros vecinos más vulnerables, brilla la caridad por su presencia. El amor de Dios se va haciendo concreto y real en cada pequeño gesto que magnifica la fraternidad humana. ¡Es realmente bello y emocionante ver cómo cuidémonos unos de otros! Las circunstancias están haciendo que nos unámonos entre nosotros.

Pero sucederá que esta crisis acabe. Y aún nadie ha calculado cuál será la situación que nos encontremos. Seamos realistas: no va a ser fácil. Pero hemos demostrado que podemos vivir este tiempo y enfretarlo, siendo responsables y quedándonos en casa y renunciando a tantas cosas que deseamos por el mero hecho de detener esta pandemia. Y si podemos con el coronavirus, podremos con lo que se nos ponga delante, con la ayuda de Dios. Debemos tener fe y esperanza. Como decía Benedicto XVI: «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Spe Salvi, 1).

¡No tengamos miedo! Hemos demostrado que podemos trabajar unidos y luchar juntos a pesar de la distancia y de las dificultades. Dios está con nosotros. Y un buen Padre nunca abandona a sus hijos. Por eso, este tiempo nos recuerda que el pueblo de Israel, mientras caminaba por el desierto, estaba sostenido por la mano del Señor que lo acompañaba en medio de las adversidades y en los momentos de mayor alegría. La cuaresma es vivir con la misma percepción en el corazón, sabiendo que Dios se hace presente en nuestro día a día y que sostiene nuestro existir. Es la certeza del Amor.

Aprovechad para rezar, leer, hacer ejercicio, ver alguna serie o película, compartir largos ratos de diálogo con vuestras familias, y llamad a quienes tenéis lejos, con quienes os habéis peleado o enfadado, a quienes hayáis podido ofender. Es el tiempo del perdón, de la reconciliación, de la paz. Es la hora de la conversión que a cada uno se nos reclama y que sucede como tiempo de gracia para todos.

En la Cuaresma volvemos el corazón a Dios y nuestra mirada se detiene ante aquello que es esencial para nuestra vida. ¡Qué tiempo tan propicio, privados de tantas cosas, para poder colocar en el centro de nuestro día aquello que es verdaderamente importante! Pidámosle a Dios la gracia de la conversión.

Rezo por vosotros. Os acompaño esperanzado en este tiempo. ¡Qué esta sea la Cuaresma más verdadera y fructífera de vuestra vida (al menos este año)!

[Imagen: Cathopic.com]

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