A continuación ofrezco una breve lectura de la carta de Preparación y celebración de las fiestas pascuales, que publicó la Congregación para el Culto Divino el 16 de enero de 1988. Espero que pueda servir de ayuda para esta semana en la que celebramos el amor de Cristo por nosotros y la redención que nos ha otorgado con su Muerte y Resurrección.
El inicio de la Semana Santa tiene lugar en el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que recuerda la entrada triunfal del Señor en Jerusalén (n. 28). Se conmemora con una única procesión, con aclamaciones y gestos como los ramos de palma u otros árboles, cantando el «Hossana«, tal y como hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor. Además es importante la lectura de la historia de la Pasión, que puede ser proclamada por tres personas (n. 33) que sirve ya como preparación para entrar en el Misterio de la Salvación.
La Misa Crismal, que se celebra el Jueves Santo a la mañana o en otro momento que sea favorable (n. 35), manifiesta la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. En ella se consagra el crisma junto con el óleo de los catecúmenos y de los enfermos que se utilizará a partir de la Pascua. Después debería realizarse la recepción de los óleos sagrados en las distintas parroquias antes de la celebración de la Misa vespertina de la Cena del Señor (n. 36).
En dicha carta se recuerda la importancia del ayuno pascual y la abstinencia en el jueves y viernes santo, así como la celebración en común del oficio de lectura y laudes en el viernes y sábado santo (nn. 39-40).
Se propone también que algunos textos y aclamaciones sean cantados por la importancia de su naturaleza: la oración universal del Viernes Santo, los cantos durante la ostensión y adoración de la Cruz así como la procesión del cirio pascual, el pregón pascual, el aleluya responsorial, la letanía de los santos y la aclamación de la bendición del agua de la vigilia pascual. Se deben cuidar también otros cantos como el de la bendición, procesión y entrada con los ramos, la procesión de los santos sóleos, la preparación de las ofrendas y la procesión del traslado en la Misa vespertina de la Cena del Señor, y los salmos y la aspersión del agua en la Vigilia pascual (n. 42).
La Misa vespertina de la Cena del Señor el Jueves Santo se centra en la institución de la Eucaristía, la institución del sacramento del orden y el mandamiento nuevo de Jesús sobre la caridad fraterna (n. 45). Debe celebrarse por la tarde y siempre con pueblo (nn. 46-47). El sagrario deberá estar vacío al comienzo de la celebración (n. 48). En la misma se canta el Gloria a Dios mientras se tocan las campanas, se realiza el gesto del lavatorio de los pies y se recogen los donativos para los pobres (nn. 50-52) . Al término de la oración después de la comunión, comienza la procesión con el Santísimo hasta el lugar de la reserva, que nunca debe tener forma de sepulcro y que permita la adoración prolongada (nn. 54-56). Tras la celebración sería conveniente que se lleve la Eucaristía a los enfermos (n. 53) y se despoja de los manteles el altar en el cual se ha celebrado ya que el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía, así como se cubren las distintas cruces de la iglesia (n. 57).
El Viernes Santo tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor. Esta celebración pone ante nuestros ojos el misterio de la redención que pasa a través de la Cruz, de nuestra víctima pascual que ha sido inmolada (n. 58). Nunca se celebra la Eucaristía en este día (n. 59). Es un día de penitencia obligatorio, donde solo se celebra el sacramento de la Penitencia y la Unción de los enfermos (nn. 60-61). La celebración de la Pasión debe tener lugar después del mediodía, cerca de las tres y nunca después de las nueve de la noche (n. 63). No se debe cantar al inicio, que comienza con la postración de los ministros mientras los fieles se arrodillan (n. 64).
La celebración tiene cuatro momentos: la proclamación de la Pasión según san Juan, la oración universal que contiene diez peticiones, la adoración y ostensión de la Cruz y la comunión eucarística. Este último momento de la celebración comienza después de la adoración de la cruz, de preparar mínimamente el altar y realizar una sencilla procesión eucarística con la reserva del día anterior. Después de distribuir la comunión, el copón se lleva a un lugar preparado fuera de las naves, así no habrá reserva eucarística en la iglesia (n. 70). El altar será despojado de nuevo y quedará solamente la cruz expuesta para su adoración (n. 71).
El Sábado Santo es recomendable que se celebre el Oficio de lecturas y las Laudes en común (n. 73). Hoy tampoco se celebrará la Eucaristía (n. 75). Se invita a la veneración de Jesús en el sepulcro y de la Santísima Virgen (n. 74).
La madre de todas las santas vigilias, la Vigilia Pascual, se celebrará en la noche del sábado, ya siendo propiamente domingo (n. 78). La vigilia pascual nocturna durante la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor, que debía liberarlos de la esclavitud del faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un «memorial»; esta vigilia era figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (Pregón pascual) (n. 79).
Ya desde su comienzo la Iglesia ha celebrado con una solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de las solemnidades. Precisamente la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y por medio del Bautismo y de la Confirmación somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre. Esta Vigilia es también espera de la segunda venida del Señor (n. 80).
La estructura de la celebración es la siguiente:
El Misa del Domingo de Pascua se celebrar con la misma solemnidad. Es conveniente realizar la aspersión del agua en lugar del acto penitencial y de colocar el cirio pascual cerca del ambón o el altar que se enciende en las celebraciones de Pascua, tanto las Eucaristías como las horas mayores de la liturgia de las horas.
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