Desde el 4 por la tarde hasta el día 12 de octubre, Lugo celebra las fiestas en honor de su patrón, San Froilán. Uno de los hechos novedosos de este año era el videomapping. He tenido ocasión de verlo y salí sorprendido de que nadie conoce ya a aquel por el cual celebramos las fiestas. El inicio del mismo vídeo comenzaba así: «vamos a hablar de San Froilán, sin el «san» delante». Y yo me pregunto: ¿es que acaso hay algo más grande para un santo que Aquel por el que llega a la santidad?
Un poco de biografía de San Froilán*
Froilán nace en los suburbios de Lugo el 833 d.C. Educado en las ciencias sagradas, a los 18 años decide seguir su vocación religiosa, pero duda entre la vida eremítica o la actividad apostólica (dualidad que perdurará a lo largo de su vida) Al final opta por el eremitismo, pero pronto se hace evidente que Dios le ha otorgado el don de la palabra y, según nos dice Juan diácono, “anduvo de pueblo en pueblo, enseñando la vida de los santos”. No se sabe dónde empezó su labor, aunque la tradición señala El Bierzo, concretamente una gruta en Ruitelán, donde hay hoy una capilla en su honor. No es nada descabellado imaginarle allí, ya que la comarca estaba llena de monjes eremitas y monasterios. Pero tampoco allí puede vivir en soledad: la gente acude a escucharle, porque, en palabras del Diácono Juan, “de su boca emanaban las maravillas del Señor”. No sabemos cuánto tiempo estuvo en Ruitelán, pero parece que pronto marchó del Bierzo, recorriendo gran parte de la actual provincia leonesa: “recorría e ilustraba las ciudades o poblados predicando la palabra de Dios y teniendo siempre elevado su espíritu a Dios”. Si atendemos a la tradición, Froilán pasó por lugares tan variopintos y dispersos como La Virgen del Camino, León, Villanueva del Carnero, Eslonza, Sahagún, Valderas, algunos puntos de Cantabria, etc. Pero todavía a estas alturas seguía sin estar ordenado de sacerdote, ya que, al parecer, se consideraba indigno de alcanzar tal estado.
Durante sus andanzas, cerca del valle del Curueño se encuentra con Atilano de Tarazona (Aragón), un monje que decidió retirarse a la vida contemplativa, y que con el tiempo también será considerado santo. Traban amistad, y juntos se van al “Monte Cucurrino”, actualmente conocido como “Peña de San Froilán”: allí habitan en la Gruta de Valdorria. Se complementan muy bien, porque Froilán tiene el don de la palabra, y Atilano sí que está ordenado sacerdote. Atraen a multitudes procedentes de todo el reino asturleonés, y acaban fundando un monasterio en “Veseo”, un pueblo que actualmente ya no existe, pero que estaba en esa misma zona y que alojaba unas 300 almas.
Juan Diácono nos dice en ese momento que “su fama y su predicamento se extienden ahora por toda Hispania y, aunque tarde, llegan también al rey Alfonso (III), que gobernaba en Oviedo el reino de los godos, apresurándose a enviarle mensajeros para que se presentase cuanto antes a su presencia”. Una vez en la corte, el rey les encarga hacer fundaciones en el Duero, que es la nueva frontera del reino. Aunque no lo sabemos a ciencia cierta, hemos de suponer que todo esto se está produciendo en el año 885 aproximadamente.
Una vez trasladados a esa nueva zona, fundan el Monasterio de Tábara, que era dúplice, es decir, que alojaba a monjes y monjas, aunque hacían vida separada. Froilán fue el abad, y Atilano el prior. Después fundan otro monasterio en Moreruela de Tábara, con 600 almas de los dos sexos.
En el año 900 fallece el obispo Vicente de León, y tanto “por clamor del pueblo que duro varios días”, como por petición del rey, Froilán fue solicitado como nuevo obispo de la sede legionense. Juan Diácono nos dice que “constreñido y contra su voluntad, San Froilán se insolenta o replica contra el rey, alegando que tenía hijos, y que no pasaba de ser un falso monje”, lo que sin duda era una excusa para negarse a aceptar tal cargo por mera humildad. Al mismo tiempo, Atilano es destinado a ser obispo de la recientemente reconquistada ciudad de Zamora.
Finalmente, Froilán es ordenado sacerdote, y tanto él como Atilano son investidos obispos el 5 de junio del año 900, en Sta. María de Regla, en la ciudad de León. Atilano marcha inmediatamente a Zamora. Ambos son, según Juan Diácono, “como dos lámparas colocadas sobre los candeleros para iluminar con la claridad de la luz eterna las fronteras de España a través de la predicación de la Palabra de Dios”.
Froilán sólo fue obispo los 5 años que le restaron de vida. Murió el 5 de octubre del año 905, a los 73 años de edad. Su enfermedad tuvo que ser breve, porque el mismo año de su muerte sabemos que estuvo en Oviedo, confirmando un documento.
Aunque sabemos que los leoneses ya le honraban desde mucho antes, parece ser que fue el Papa Urbano II (1042-1099) quién lo elevó oficialmente a los altares. Su sepulcro fue el que tenía destinado el propio Alfonso III en la catedral leonesa, lo que nos indica que la ciudad del Bernesga ya actuaba como verdadera capital del reino. Su cuerpo fue trasladado de nuevo al Curueño durante los ataques de Almanzor, hasta que el monasterio de Granja de Moreruela se hizo con él. En 1181 las autoridades eclesiásticas ordenaron repartir las reliquias entre la diócesis de León y dicho monasterio.
Froilán y la santidad
Yo no me voy a meter a criticar el videomapping pero si me gustaría hacer una observación que me parece importante. La santidad de Froilán es la que ha hecho que él pase a formar parte de la historia de la ciudad de Lugo. No se trata sólo de que él nació allí o vivió durante años en la ciudad, de lo bueno que era o de su gran labor. Su vida está atravesada por su encuentro con Cristo y su vivencia del mismo en esa amistad, en esa santidad que en él crece, hasta el punto de que se celebre su intercesión en favor de la ciudad y diócesis de Lugo (así como de León). Pero es su santidad la que lo ha hecho famoso, la que ha logrado que hoy sigamos recordándolo y dándole la importancia que se merece. San Froilán, sin el «san» delante, podría ser otra persona más o quizás alguien destacado en la vida de la ciudad; pero San Froilán, con el «san», es un modelo para nosotros de como se puede vivir esa vocación al amor a la que todos hemos sido llamados con el Bautismo y que él hizo concreta a través de su vida eremita, monacal y episcopal, para amar más a Cristo y su Iglesia
[Imagen: Cathopic.com / *El texto sacado del blog Corazón de León]
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