Querido tú:
Desde antes de nacer ya has sido amado y deseado. Quizás sólo por Dios. Pero ya ahí Alguien te amaba. Y siempre, a lo largo de tu vida, has ido encontrándote tantas personas que te han mostrado lo que significa el amor. Sí, de muchos modos diversos; a veces con mil palabras (o tal vez con 140 caracteres) y otras en silencio; cuando el sufrimiento o el dolor eran los compañeros de tus minutos y horas, o cuando la alegría te desbordaba inmensamente.
Y ese amor también tiene rostros concretos, que tienen un nombre. Aquellos que te acompañan, los que te sustentan, cuantos te empujan o a quienes soportas con paciencia.
Creces, vives, sueñas; y siempre hay un amor detrás de cada gesto o decisión. No siempre se ve, se huele, se toca, se abraza o se besa, pero es un amor que está. Tan claro y tan evidente como que cada día sale el sol.
Pero un día tú te morirás. No, no el amor; tú. Y otros llorarán tu ausencia, vivirán el desgarro de tu silencio perenne en esta tierra. Y anhelarán un día reencontrarse contigo. Porque aquel amor no ha muerto, ni ha desaparecido; solo se ha transformado en un deseo, una plegaria, una mirada al Cielo, un suspiro en los días más oscuros, un llanto al anochecer y una mirada nostálgica que se pierde en el horizonte.
Y todo este amor se llama FAMILIA. No será la panacea ni la mejor familia del año, pero es innegable: son nuestro hogar. Dios tiene un rostro tan concreto como el de tu padre cuando te pide que obedezcas a tu mami o el de tu madre cuando te dice: “vete a darle un beso a papá antes de irte”. Dios te ama en tus abuelos, aquellos que son payasos de circo o capitanes de nuestro barco pirata solo por vernos felices; que tienen sus brazos abiertos para consolarnos o para llenarnos de mimos. Dios te sonríe en tus hermanos; los sinvergüenzas que te rompen los juguetes, te acusan de lo que no has hecho o de quienes te cambian el programa de la tv en el momento álgido del asunto; pero también son aquellos que te cuidan cuando estás enfermo, te regalan una piruleta cuando tienen dos o que salen corriendo a recibirte cuando regresas a casa.
A veces puede faltarnos todo esto. Por eso Dios se hizo Padre, convirtió a María en nuestra Madre, se hizo hombre para ser nuestro Hermano… Para que nunca, nadie, pueda decir que no tiene una familia.
Es también tu familia, el hogar que te acoge, acompaña y sana: la Iglesia, tu parroquia, los sacerdotes, las/os religiosas/os, los catequistas, la señora que se sienta a tu lado cada domingo en el banco, el que te abre la puerta cuando sales del templo, el niño que pasa la cesta para recoger la limosna, el pobre que te pide un céntimo para comer a la entrada de la iglesia, la que tose cada vez más fuerte, el niño que corretea por el templo y acaba pegándose un golpe sonado, la familia que van todos conjuntados o el que llega cuando ya llevamos media hora de Eucaristía.
A lo largo de tu vida eres y serás amado. Y Dios hace concreto y real su amor por ti. También en una familia. No te olvides hoy de dar gracias por ella, sea como sea.
|
Opina sobre esta entrada: