Homilía de la Vigilia Pascual

¡Alabado sea Jesucristo Resucitado!

Queridos hermanos en el Señor:

«¡Qué noche tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos»[1]. El pregón pascual, en el inicio de la celebración, anunciaba ya que Cristo ha resucitado.

Toda la historia de la salvación miraba hacia Él, miraba a nuestro Redentor. Jesús era anunciado desde el inicio en la figura de Adán[2]. «Si por un hombre entró el pecado en el mundo» (Rom 5, 12), por un hombre entrará la salvación. Jesús es el Nuevo Adán que hace «nacer de nuevo» (Jn 3, 3) a la Creación, que devuelve al origen todo cuanto se ha hecho. Todo lo que ha creado el Padre «era bueno» (Gn 1, 9.12.18.21…), tal y como escuchábamos de cada elemento creado; pero el hombre, su obra más excelsa, creada a imagen de Él, sin embargo, es corrompida por el pecado y nunca el hombre ha dejado de anhelar a su Salvador.

Nunca ha cesado la criatura humana de alzar su voz al Creador. Pero Dios tampoco se ha cansado de volver, una y otra vez, hacia su pueblo. Lo hemos contemplado en el Éxodo[3]. El pueblo se pone en marcha para salir de Egipto sabiendo que va delante la columna de fuego[4], como nosotros hemos hecho al encender el cirio pascual y caminar tras él. Cristo va guiando a su Iglesia como Dios lo hizo aquella noche con el pueblo de Israel al salvarlo de la opresión de Egipto.

Y es que Dios ha trazado con su pueblo una alianza. Con el profeta Isaías[5] hemos escuchado que el Señor sella esta alianza que da vida a cuantos se acogen a ella. Solo hay una condición para cada uno de nosotros: la conversión del corazón (cf. Is 55, 7). Se trata de dejar atrás un camino que solo perjudica al hombre, para devolverlo a la vida plena, para otorgarle beneficios y dones que el Señor desea entregar. Lo que nos conviene son sus planes, que no son nuestros planes; sus caminos, que no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8).

Se cumple, por tanto, el deseo del hombre, la alianza que Él traza y su presencia delante de nosotros en una Persona: Jesús. El que pareció ser un fracasado en la cruz, se alzo victorioso en la Resurrección. No buscamos ya entre los muertos al que vive. «Ha resucitado» (Lc 24, 6), dijeron aquellos hombres a las mujeres en el sepulcro. Pero aparece un verbo que no debe pasar desapercibido: el verbo recordar (cf. Lc 24, 8). Toda la historia se volvió significativa, con una luz nueva, al contemplarla desde este prisma. Era un recuerdo vivo, el recuerdo de aquellas palabras que en tantas ocasiones Jesús había pronunciado. La Resurrección que no acababan de comprender se hace real e inteligible en aquel sepulcro, al contemplar que ya no está su cuerpo. Las mujeres son las primeras testigos de aquel memorial hecho real.

Cristo ha vencido a las tinieblas, dando paso a la luz;

Cristo ha destruido la muerte, dando paso a la vida;

Cristo ha liberado del pecado, dando paso a la gracia;

Cristo ha saltado sobre las tentaciones, dando paso a un camino nuevo;

Cristo ha derrotado la mentira, dando paso a la verdad;

Cristo es ya nuestra luz. Hoy y para siempre.

Que su Resurrección nos haga hoy nuevas criaturas y un día nos permita a nosotros resucitar con Él. Amén.

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[1] Forma larga del Pregón pascual.

[2] La primera lectura leída fue la de Gn 1,1-2,2.

[3] La segunda lectura de la Vigilia Pascual fue Ex 14,15-15,1a.

[4] Carta Preparación y celebración de las fiestas pascuales, 83.

[5] Hace referencia a Is 55, 1-11.

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